APARICIÓN Y ORIGEN DE LOS DANZANTES

Los ocho danzantes con el bobo aparecieron en un momento muy concreto de la evolución de la fiesta y de la danza. Fue en las últimas décadas del siglo XVI cuando estos danzantes en comparsa salieron a la nueva fiesta tridentina y teatral. Es inútil intentar encontrarlos antes, aunque sea en la Edad Media. El Concilio de Trento había concluido en 1563, después de casi veinte años de sesiones, y su espíritu aportó a una buena parte de Europa un nuevo concepto de celebración, no sólo religiosa, sino también social y política.

En esto y en particular en la danza, que es lo que nos interesa ahora, la Contrarreforma española fue singular y espectacular. Buscar estas cuadrillas de danzantes ya en la misma vertiente norte del Pirineo o en alguna parte de Europa es una tarea inútil. Sin embargo están por toda la Península Ibérica. Parece ser que hubo una auténtica eclosión de danzantes comediantes en toda la España y Portugal de Felipe II, sin que existieran unos puntos de partida determinados o unas  “cañadas” de transmisión obligadas, como tantas veces se ha dicho con una visión meramente localista. En todo caso este gusto impaciente por la danza y la comedia pasaría de las ciudades a los pueblos; de las ceremonias del Corpus más ricas y enriquecedoras y otros fastos a las procesiones y festejos más íntimos de la religiosidad rural.

Danzante del Somontano del Moncayo en 1949

(Pérez 1998: 90 Ver Bibliografia)

Danzantes de Susticacán (Méjico)

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Estos hombres danzadores, con su “loco”, pasaron a América, en donde, como es de esperar, desarrollaron un mestizaje más que sorprendente, y a la difícil Inglaterra católica de los últimos Tudor, para ser un ingrediente esencial de las llamadas danzas Morris. Las misiones jesuíticas quizás sabrían mucho de todo esto.

El Renacimiento, siempre con la mirada en la Antigüedad clásica, bien pudo haber reavivado las danzas militares de aquellas compañías del griego Pirro o las de los salios romanos y adaptarlas a esta moderna teatralidad.

Bien es verdad que en estas danzas de sables, broqueles y palos, siempre troqueadas y superficialmente de aspecto guerrero, y también en las de trenzado de las cintas en torno al árbol o al arco florido,  de arcos y volteos y torres humanas que les suelen acompañar, sobreviven en sus gestos, en sus utensilios o en su indumentaria no pocos elementos de un mundo agrario-religioso antiquísimo, por no decir primitivo.

Danza de arcos de los Picayos de Noja

(Ortiz de Echagüe 1953: 26 Ver Bibliografia)

Torre humana en Miraflores (Perú)
A su vez el teatro del Siglo de Oro fertilizó generosamente  con sus letrillas, en principio ingenuas, sus loas o sus coloquios, la vida de los danzantes, ya de por sí herederos de una juglaría medieval y de una rica tradición de drama religioso procedente del interior del templo. Fue un hecho de carácter fuertemente homogenizador. La coplilla es, en muchas ocasiones, anterior a la misma danza pírrica a la que sirve de sustento musical.

Estas danzas coexistieron en la solemnidad barroca, sobre todo al principio del periodo, con otras muchas de carácter alegórico y pantomímico (de portugueses, de negritos, de gitanillas, de vejetes, de Moctezuma…), pertenecientes principalmente al ámbito gremial o a la exquisita Máscara jesuítica. La variedad existente en aquella época hoy se nos hace inalcanzable.

 

Danza de los negritos de Montehermoso (Cáceres)

Foto: Marisol Otermin. 3-2-1991    

 

Portada de la Real Cédula de Carlos III del año 1780, prohibiendo danzas, gigantones y tarascas (Archivo Diocesano de Pamplona)

El declive de los danzantes: la Real Cédula de Carlos III 

Sin embargo, Carlos III en una Real Cédula del 21 de julio de 1780 prohibió las danzas, gigantes, tarascas y otras representaciones en los templos y procesiones, lo cual supuso un parón que acabó definitivamente con casi todo tipo de expresión cultural de esta índole en numerosos lugares. No obstante, estos ocho danzantes con el Bobo, o el Cipotegato, o el Cachimorro, o el Botarga, o el Mojarra o Mojarrilla ya en Andalucía, han logrado pervivir hasta nuestros días, sostenidos generalmente por comunidades de economía mayoritariamente agrícola, dispersas y muy distantes una de otras.

Con todo, a pesar de lo poco que queda  de aquella exhuberancia, la semejanza existente entre estos ciclos de danza es admirable; una similitud que siempre se antoja intrigante. Quizás estas danzas sobrevivieron más por agrarias y sacras o devocionales, que por simplemente guerreras.

 

 

A continuación recogemos la Real Cédula que el rey Carlos III promulgó en el año 1780, prohibiendo las danzas, gigantones y tarascas en las procesiones, así como la documentación que la difusión de la cédula en la diócesis generó tanto en la catedral como en el arzobispado de Pamplona. Dicha documentación se conserva en el Archivo Diocesano, el Archivo de la Catedral y el Archivo de la parroquia de San Nicolás de  de Pamplona. 

Para una mayor inteligencia de los documentos, aportamos también un trabajo que recoge un breve contexto histórico, las trascripciones paleográficas de los textos así como comentarios y notas aclaratorias sobre los contenidos de los mismos. 

Contexto histórico, trascripciones y notas de los documentos

RealCedula

La Real Cédula

Real Cedula

Plantilla de la carta del obispo al cabildo

Plantilla Carta Obispo

Respuesta del cabildo a la carta del obispo

Respuesta Cabildo

Copia de la carta del cabildo al secretario Martínez de Salazar

Copioa Carta a Secretario

Plantilla de la carta del obispo a las parroquias de la diócesis

Carta a Diócesis

Copia impresa de la carta del obispo a las parroquias de la diócesis

Copia Impresa